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Gramola. En Monzón la música importa.

Dice la manida frase de Nietzsche que sin música la vida sería un error. Y parece que esto en Monzón lo saben de sobra. Así lo demuestra la ingente cantidad de conciertos que, humildemente, en esta localidad del Bajo Cinca he ido a cubrir. Y mucho más probatoria y relevante que mis andanzas laborales es la nada desdeñable cantidad de montisonenses que históricamente se han dedicado a la práctica musical. Así lo atestigua la exposición “Músicos de Monzón en el Siglo XX”. Con tales antecedentes parece del todo lógico que una iniciativa como “Gramola. Feria Aragonesa de la Música” haya surgido en esta melómana localidad.

Aún con eso, lo que aquí realmente supone una auténtica excepcionalidad es que la administración pública haya apostado por un evento donde la música es la protagonista absoluta. Y es que desgraciadamente estamos acostumbrados a que, en esta sociedad, la cultura sea tomada casi siempre como algo accesorio. Y que la música en particular sea únicamente sinónimo de fiesta y jolgorio.

A todo esto, ¿qué ofreció este Gramola dirigido por el entusiasta Antonio Tupe?

De entrada, a parte de aglutinar en un único punto físico y temporal las más dispares y complementarias vertientes de la experiencia musical, propició la reunión de profesionales del sector para efectuar un pormenorizado análisis del actual estado de las cosas. Y sí, tampoco hace falta ser un genio para concluir que la situación está más bien jodida. Pero, para mejorar, nunca viene mal el ponerse a concretar diagnósticos. Espero que de las jornadas de los días 7 y 8 saliera algo positivo en este sentido.

A su vez, en la feria del 9 y 10, abierta a todo el mundo, estuvieron las imprescindibles casetas de venta de discos y, algo altamente encomiable, los stands dedicados exclusivamente a los libros de temática musical. No cabe duda de que este subgénero editorial está viviendo una edad dorada.

Completaban el evento vendedores de instrumentos musicales, así como expertos luthieres. También tuvieron su espacio las escuelas de música, los festivales y los medios de comunicación especializados. Para amenizar la muestra se contó con sesiones de DJ, espectáculos con una muy conveniente intención didáctica y actuaciones en directo de los más heterogéneos estilos: del blues a la electrónica, pasando por la rumba o el pop.

Esperemos que esta iniciativa no sea flor de un día y que en un futuro no muy lejano contribuya a poner en valor la abnegada labor de este colectivo artístico tan necesario, que desde tiempos atávicos se dedica a hacer más llevadera y feliz la existencia de millones de seres humanos. Y es que, a más música, menos vidas erróneas.

Texto: Oriol Cárceles

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