Desde que el hecho musical se transformara en una (cada vez menos) lucrativa industria de masas, ha dependido de innumerables circunstancias que una propuesta artística consiguiera o no el éxito popular. Y, como queda patente en infinidad de ejemplos, la prodigalidad de talento no es ni de lejos el más determinante de los factores para tener posibilidades de alcanzar la deseada meta.
Si en los últimos decenios varios de los artistas más rutilantes de la cultura pop occidental se pueden circunscribir sin problema dentro del estilo musical denominado “Americana”, a finales de los ochenta este sonido estaba mucho menos extendido. Y en España el género casi que brillaba por su ausencia. En esas estábamos cuando los Proscritos de Binéfar se alzaron como precursores en el cultivo de semejante variante sonora de raíz norteamericana. Pero, por desgracia, la Historia nos muestra implacable y reiteradamente que en estos lares la condición de pionero no es nada rentable.
Puede que ésta, y otras razones que no vienen al caso, determinaran que una propuesta de alta calidad como la que nos ocupa, perfectamente accesible a todo tipo de audiencias, se quedara únicamente en pieza de culto para conocedores avanzados y recuerdo entrañable para contemporáneos allegados.


Eso sí, los que de una manera u otra nos movemos en ambientes musicales -ya sea profesionalmente o por un muy agudizado cuadro de melomanía- siempre tenemos presentes en un rincón de nuestro imaginario la existencia de esta serie de artistas o grupos con aura legendaria que, por razones espacio temporales, sólo pudimos conocer a través de los sublimados recuerdos de musiqueros más veteranos. En el mejor de los casos, cuando más cerca estamos de lo que fue su realidad es a través de la escuchas de los discos que publicaron, que son venerados y conservados como oro en paño por entusiastas coleccionistas.
Y claro, cuando en diferentes (y lejanas) etapas de mi vida conocí a Jose Lapuente y a Pirilli, lo primero que mis amigos del mundillo me dijeron de ellos es que pertenecieron a Proscritos, ese grupo de culto de finales de los ochenta y principios de los noventa que a punto estuvo de saborear las mieles del éxito. Aunque el tiempo desde la disolución del conjunto haya transcurrido inexorablemente y sus integrantes hayan recorrido múltiples y dispares caminos artísticos y vitales, su identidad siempre estará atada al recuerdo de lo que en su momento fueron y significaron.
Es por eso que el concierto del sábado en su oriundo Binéfar fue un valioso regalo para las generaciones más jóvenes que nunca pudimos disfrutarlos en directo. De una forma u otra tuvimos la oportunidad de revivir un tiempo que, por diáfanas razones, nuestros mayores idealizaron.
Tal celebración tuvo lugar en el Recinto de la Algodonera, enclavamiento por excelencia de las grandes ocasiones concertísticas en la capital literana, ante la expectación de un público emocionado, sabedor de que estaba a punto de vivir una experiencia extraordinaria. Veintisiete años después de su última reunión, los miembros de Proscritos enfilaban otra vez juntos la empinada escalera del escenario. Allí estaban José Luis Arilla “Pirilli” a la batería; Felipe Puy al bajo; Toni Solano, Richard D. Robinson e Israel López a las guitarras más el frontman Jose Lapuente ejerciendo de maestro de ceremonias.





Empezaron su actuación con la seminal “Como un disparo”, el primer tema que editaron en 1986 y que después recuperaron para su debut “Cosas sencillas”(1989). De dicho álbum interpretaron “Cuento contigo”, la autoafirmativa “Somos como el viento”, su mayor éxito “Déjalo crecer”, “Un refugio”, “Cuéntame una historia” y la muy coreada versión del “Powderfinger” de Neil Young & Crazy Horse que ellos rebautizaron en su día como “Pólvora en los dedos”.
De su segundo vinilo “Pobres sueños”(1990) hicieron la esperanzadora “Cayendo” (con cita incluida al desdichado Montgomery Clift), la canción de carretera “Viajar”, la pesimista “Cielo rojo”, la desencantada “Pobres sueños” y “Después del huracán”. En estas dos últimas contaron con el acompañamiento a los teclados de su viejo amigo Juanjo Javierre, en su día miembro de la banda hermana Mestizos.

Del tercer y último álbum, “Hablando otras lenguas”(1994), puede que al ser éste el más distinto de los tres que editaron, únicamente recuperaron “Canción rota”. Y no es porque sea en absoluto un disco inferior. De hecho creo que está lleno de momentos más que interesantes. Pero también es verdad que escuchados los dos primeros, en un principio podría parecer que este tercero lo hubiera grabado una gente diferente.
Realizaron la típica falsa despedida con “El blues del caracol” (que es más bien rock), donde al final de la interpretación el cantante Jose Lapuente abandonó el escenario para que los músicos pudieran desarrollar una contundente coda instrumental.





Se dejaron para los bises cuatro versiones de hits infalibles y, por supuesto, esenciales para entender la Historia del Rock: una inédita “Green River”(1969) de Creedence Clearwater Revival que tradujeron allá por 1991 y que, por cosas de la vida, quedó descartada en su momento. Para “Flores muertas”, la mejor adaptación al castellano de “Dead Flowers” del “Sticky Fingers”(1971) de The Rolling Stones, subieron al escenario los guitarristas Joaquín Gibanel y Luis Salvatella, que pertenecieron a Proscritos en diferentes épocas de la vida de la banda. Y ya en el clímax final tocaron una muy notable aproximación a la que podría ser la Canción de las Canciones, o por lo menos una de ellas: “Like A Rolling Stone”(1965) de Bob Dylan se convirtió por obra y gracia de Proscritos en “Como una bala perdida”, fidedigna aproximación al espíritu de la letra original. Y como el muy numeroso y extremadamente entregado público de La Algodonera aún no se quedó satisfecho del todo, les regalaron la declaración de principios “Nacidos para ser salvajes”, traslación de “Born To Be Wild” de Steppenwolf.


Entre las mil cosas que se les pasaría por la cabeza a lo largo del bolo, de seguro que no faltó el recuerdo a Javier Casas “hermano del alma proscrito que siempre cabalga con nosotros”. Y, por motivos obvios, desconozco si el directo del que fuimos afortunados testigos tenía muchas o pocas similitudes con el de sus años en activo. Pero lo que yo sí puedo asegurar es que me encontré con una banda enormemente profesional, que sabía a lo que iba, tocando de forma orgánica y natural, teniendo presente en todo momento que la actitud y la elegancia son elementos indisociables del buen rock’n’roll, pero sin olvidar que lo más importante de todo esto son las canciones, elaboradas con un tamiz propio e irrenunciable. Y escritas haciendo uso de un rico y pulido idioma castellano.
Sinceramente espero que alguien de los allí presentes, de manera más o menos lícita, grabara el concierto. Estaríamos delante de un documento histórico que debería quedar conservado como legado para futuras generaciones.

ANEXO:
Para amenizar los tiempos anteriores y posteriores al concierto se contó con la presencia de Walrusbeat y Staycool (Juanjo González y Agustín Aquilué en el DNI) del Novocento Federal Club DJs, que pincharon una nutrida amalgama de rock setentero, R&B, soul y boogaloo en riguroso y fetichista vinilo.

Texto y fotografías: Oriol Cárceles @piratallucifer
gracias Oriol, un placer compartir contigo y con tu medio, una noche como esta….Larga vida ¡¡¡¡
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