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Sábado, el último disperso día

La jornada de 19 de marzo se presentaba como el día fuerte de este MUD. Ojo, que el jueves y sobre todo el viernes ya se vieron unas cuantas actuaciones memorables. Pero los número cantan: el sábado ha sido el día en el que se han programado más nombres, y  el que tiene un cabeza de cartel con mayor tirón popular. Y eso tuvo su respuesta en el público, que llenó las sesiones de los cuatro escenarios en los que se desarrollaron los conciertos. 


En horario vermut y como es habitual en el festival la tienda de discos Grans Records, acogió la propuesta de Death Is Not The End, quien combinó vinilos con radio y también con una controladora para ofrecer un set completamente diferente a lo que puede proponer un dj al uso.

A continuación el lugar donde se ocuparon todos los asientos fue, un día más, la Iglesia de Sant Martí, esta vez para una sesión doble. Y la británica Joanne Robertson fue la primera en subir al escenario del altar con su reivindicación del legado del sadcore de la década de los noventa. O, dicho de otra manera, con un folk psicodélico que se fija al mismo tiempo en la ensoñación de Mazzy Star y en la melancolía de Red House Painters. 

Aunque, más allá del marco del estilo, lo que más me impresionó de Robertson fue la libertad con la que esta mujer planteó su concierto. Cada tema parecía un mero borrador que se sabía de dónde partía, y sobre él se dedicaba a improvisar con su guitarra. A medida que avanzaba el tiempo, la música fluía y se iban acumulando capas y capas de significados y sentimientos, que parecía que ni siquiera ella misma sabía hacia dónde le iban a conducir. 

Resulta curioso encontrar un concierto con un planteamiento tan anárquico en un contexto tan cuadriculado como el de un festival. Hay que tener en cuenta que la cantautora no llevaba reloj, por lo que al final de cada tema tenía que preguntar cuánto tiempo le quedaba para acabar. Bueno, pues al final de los cuarenta minutos de los que disponía llegó a tocar cinco temas, así que calculad cuánto tiempo dedicó a dar forma a cada canción. 

En fin, el concierto me pareció bellísimo y muy emocionante, pero me deja con la duda de hasta dónde puede llegar esta artista cuando toca en un contexto sin las limitaciones de tiempo que impone un festival en el que tiene que compaginar su horario con el del resto de artistas en el cartel. 

A continuación apareció por la puerta de la iglesia Arnau Obiols, cantando a pleno pulmón mientras tocaba un armonio portátil y se acercaba caminando al escenario ocupado por una batería y varios montones de cachivaches. Venía a presentar Tost (2019), un álbum que toma su nombre de Castellar de Tost, una aldea del Alt Urgell en la que vivió el seu padrí, de quien aprendió muchas de estas canciones. Y, en directo, Obiols  hace las veces de una especie de hombre orquesta que reinterpreta con toda libertad ese repertorio. 

Esto significa que a lo largo de cada tema puede que haga sonar la pandereta, el rabel, los campanos o las campanillas, que marque el ritmo golpeando un zueco contra el suelo, que lance silbidos de cabrero o que se marque un solo de batería de jazz… y todo ello sin dejar de cantar. Además, el sonido que genera en directo se funde con el de grabaciones de las voces de les seves tietes, emisiones antiguas de radio, cajas de música, ruidos de ganado…

Así, Obiols parece un niño que no para de imaginar formas imposibles de exprimir sus juguetes para que produzcan los sonidos más insospechados. Y, además, entre canción y canción aprovecha para explicar el origen y el significado de cada una de las piezas del repertorio. En fin, que me encontré un concierto divertidísimo, sorprendente y especialmente emocionante para alguien como yo que, como cántabro que soy, he mamado muchísimo de un folklore montañés del cual encuentro mil reflejos en muchas de estas tradiciones pirenaicas.  

La siguiente parada tuvo lugar en el Dipòsit del pla de l’aigua, un aljibe construido en el siglo XVIII, a partir del cual se distribuía el agua que manaba de las fuentes de la ciudad de Lleida. Se trata de un espacio subterráneo de diez metros de altura, con seis bóvedas soportadas sobre 25 pilares. Allí es donde tuvo su turno Ubaldo, el proyecto personal con el que Andreu G. Serra explora los límites del sonido a partir del free jazz y el drone. Y si me he parado a dar tantas explicaciones sobre el dipòsit es porque pienso las características físicas del espacio en el que se realiza el concierto pueden ayudar a que os hagáis a la idea del alcance de la experiencia cuando se habla sobre estilos musicales tan abstractos como estos. 

Durante su actuación, Serra tocó el saxofón, la guitarra de doce cuerdas (y lo hace con púa, con e-bow y con arco de violín), cantó y puso en marcha cintas de cassette. Todos estos sonidos, debidamente amplificados, volaban libres por toda la amplitud del espacio del Dipòsit. Y mirad que no me gusta utilizar la coletilla de experiencia única e irrepetible, pero es que en esta ocasión estoy seguro de que tardaré muchísimo tiempo en ver a alguien de la talla artística de Ubaldo (nacido en les Terres de l’Ebre, pero que hace tiempo estableció su residencia en Bélgica) en un espacio con unas condiciones acústicas tan impresionantes como este. 

Un Cafè del Teatre bien lleno de público acogió la visita del nombre más popular en el cartel del MUD 2022. Y Ferran Palau, el productor de moda en la órbita catalana (con permiso de Alizzz, por supuesto), presentó un show en tres actos con el que cumplió de sobra con lo que se espera de él. En la primera parte, con el escenario a plena luz, Palau presentó las canciones de su reciente Joia (2021), apoyado por dos guitarras acústicas y las voces de las cinco coristas que le rodeaban. En el segundo, entre sombras rojas y azules y acompañado de bajo, teclado y batería, repasó temas de sus dos álbumes anteriores, Parc (2020) y Kevin (2019); y en el tramo final, casi a contraluz, ya se dedicó  a recordar lo que dio de sí toda su discografía anterior. 

Me resulta heroica la manera en que Ferran Palau consigue recrear en directo el más que reconocible sonido sus grabaciones: la manera en que da forma a las canciones a partir de elementos mínimos, cómo consigue que los instrumentos y las voces floten como nubes entre las que aire corre libremente, la forma en que juega con los silencios. No recuerdo haber visto en un concierto de pop juegos de voces tan sutiles y tan precisos como los que se desplegaron en la parte del concierto que dedicó a Joia. Todo este tipo de detalles consiguen que por un rato me olvide de lo empalagosas que me resultan muchas de sus letras, o que algunos de los referentes que inspiran su sonido me resulten fatigosos. Y también consiguen que me alegre por ver cómo el fruto de un trabajo realizado con tanto mimo consigue arrancar los aplausos de personas tan diferentes. Me quito el sombrero ante usted, senyor Palau.

Kit Sebastian cerraron el MUD con la propuesta más física, más festiva y con la batería a un volumen más alto de todo el festival. Se trata de cuatro tipos bigotudos y muy altos que tocan tocan psicodelia progresiva como si estuvieran en 1968, y que llevan al frente a Merve Erdem, una muchacha turca enamorada del pop francés de los sesenta. En sus canciones vislumbran tanto arreglos orientalizantes heredados de la tradición del llamado anatolian rock como lecciones aprendidas del jazz y la bossa nova a la hora de plantear los largos desarrollos instrumentales. 

Después de tres jornadas de festival plagadas de propuestas más o menos sesudas o introspectivas, fue de agradecer que la traca final viniese a cargo de una banda tan divertida como Sebastian Kit, más que útil para estirar los músculos y relajar la mente. Fue una lástima que las sillas y las mesas frenaran al público de arrancarse a bailar desde el primer minuto, aunque ya en la recta final del concierto la primera fila ya se había convertido en una auténtica fiesta. Porque si tras pandemias y demás complicaciones el MUD ha vuelto con la fuerza de antaño, lo suyo será celebrarlo por todo lo alto ¿no?

crónica by @paracaneda // excepto Death Is Not The End (by @ipopfmradio)
fotos by @midamideta (Mida Mideta) // excepto Ubaldo by @piratallucifer (Oriol Cárceles) // excepto Death Is Not The End ( by @musiquesdisperses)

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